viernes, 8 de febrero de 2008

¿Por Cual Camino Pasa la Marcha? (Segunda Parte)


Luego de la marcha del 4 de febrero los colombianos quedaron embargados por un fuerte sentimiento de Unidad. El país, la mayoría de él -hasta los que no concurrieron a marchar pero se solidarizaron con la movilización- se siente vinculado a un propósito común; siente que por fin ha sucedido algo que hacia rato tenía que suceder: despertamos todos al tiempo para vibrar al unísono. Por fin hemos superado las divisiones y se ha alcanzado una especie de “acuerdo sobre lo fundamental”: “no a las FARC”…El que no se una a esta fiesta colectiva es porque ¡algo muy raro debe tener!

Sin embargo, uno puede preguntarse: ¿qué tan valiosa es esta unidad? ¿qué tan positivo es ese sentimiento colectivo de que toda la nación esta de acuerdo sobre algo? ¿qué tanto nos permite avanzar en la solución de los conflictos que hoy vivimos? ¿hacia donde nos lleva?: ¿hacia la salida al conflicto armado? ¿hacia la liberación de los secuestrados? Esta unidad, este sentimiento: ¿nos abre la mente a los colombianos para crear o encontrar caminos de paz? o, más bien, ¿se trata de una masiva voz afirmando que las cosas van bien del modo que van, que el manejo que se le ha venido dando tanto al conflicto como al tema de los secuestrados es el más indicado?

Corrientemente la unidad entre las personas es alabada. Cuando hay unión parece que todos tendemos al mismo objetivo y la unidad de esfuerzos nos permite lograr más fácilmente el propósito común. La unidad permite avanzar más que la división. Sin embargo, si piensa detenidamente, más importante que la unidad de fines y objetivos, es la habilidad para elegir los medios más indicados para lograrlos. El asunto importante, y hasta delicado, no es tanto que todos tengan la misma meta sino si los que la tienen, pocos o muchos, tienen también los medios adecuados para lograrla.

En Colombia se hace mucho énfasis en las metas que nos deberían unir, pero sin embargo marginamos (preferimos olvidar) las discusiones sobre los medios para lograrlas. Todos queremos la paz pero no reflexionamos mucho sobre los medios para lograrla; estamos de acuerdo en decir “no a las FARC” pero poco discutimos sobre los caminos para derrotarlas; queremos la libertad de los secuestrados pero no discutimos muchas propuestas para conseguirla, etc., etc. Nos gustan mucho las consignas abstractas, que expresan propósitos comunes, pero hacemos a un lado la discusión sobre los mecanismos concretos para implementarlos.

Lo que sucede es que discutir sobre medios para lograr fines puede ser bastante incomodo de enfrentar. Con las metas y propósitos comunes no pasa lo mismo: todos podemos declararnos fácilmente a favor de las causas nobles: de la justicia y la libertad, por ejemplo. Pero la cuestión se puede complicar cuando nos preguntan sobre los medios para hacer realidad “la justicia” o implementar “la libertad”. Muchas personas pueden ser partidarias de métodos y medios impopulares de lograr esas cosas. Por eso las dictaduras no hablan de los medios sino de grandes ideales (libertad, independencia, la patria). No dicen: “vamos a coartar las libertades, perseguir a los opositores, torturar a los disidentes y encarcelar a los críticos”. Dicen en cambio: “restauramos la justicia, protegemos la libertad, gobernamos por el bien de la patria”. Predicar un ideal común que todos aman es fácil, defender abiertamente los medios en que se cree puede, para muchos, ser bien enojoso.

Sin embargo, pese a esto, cuando una sociedad (o la opinión pública mayoritaria) está unida en torno a un propósito común (decir “no a las FARC”, por ejemplo), aunque haya creído ahorrarse la discusión y elección de los medios para lograrlo (confrontación militar o dialogo, por ejemplo), en realidad ya lo ha hecho: los propósitos comunes sólo son medios, instrumentos, que no queremos ver como tales y preferimos ver como causas nobles o grandes ideales. Las personas no suelen ver, por ejemplo, una guerra como un medio para lograr algo (dominio, riqueza, petróleo, o lo que sea) sino como una “lucha por la libertad”; no ven una alianza política como un instrumento para obtener algo (el poder, digamos) sino como “el logro de la unidad nacional”. La política suele funcionar gracias a esta voluntad de autoengaño.

Así, cuando simplemente creemos (y queremos) decir “no a las FARC” y nos sentimos unidos en una noble causa (decir “no a las FARC” es sinónimo de “amor por la libertad” y significa rechazo a quienes la niegan), en realidad estamos aceptando determinados medios para decir no a las FARC…Estamos eligiendo un especifico camino para enfrentarlas. Y preferimos autoengañarnos porque a nadie le gusta reconocer abiertamente y sin tapujos “!sí, estoy de acuerdo con los medios de la guerra para derrotar a la guerrilla!”, “!sí, prefiero sacrificar a los secuestrados que rendirse a las peticiones de las FARC!”, “!sí, prefiero que ellos mueran a dar temporalmente un milímetro de despeje”. Por eso se prefieren los enunciados abstractos, neutrales (“no a las FARC”): porque parecen más puros, no comprometidos, sin implicaciones concretas problemáticas, en fin, sin problemas para la conciencia.

La marcha del 4 de febrero se planteo en estos términos: no se quería hablar de acuerdo humanitario, de despeje, del camino de la guerra o del dialogo. No se quería hablar de propuestas concretas, sólo del gran ideal: “¡si a la libertad!”. Por eso recibió el apoyo de los medios, de los empresarios que facilitaron a sus empleados asistir, del Estado que puso a sus funcionarios a marchar. No se hablaba del camino por el cual avanza el conflicto colombiano, no se discutía cómo traer a los secuestrados -cuya libertad se dice desear- de vuelta. No quedaba en cuestión, en interrogante, la política actual del gobierno sobre el tema de los secuestrados.

En cambio, quienes proponen el intercambio humanitario, incluso si implica el despeje de territorio, defienden una propuesta concreta, apuestan por un camino concreto de liberación: creen en un ideal y ponen sobre la mesa las cartas para realizarlo. Quienes se les oponen, aquellos que creen que despejar es “entregarle el país a la guerrilla”, cuando se les pregunta por la libertad de los secuestrados dicen “sí a la libertad, pero…”, “sí nos interesan los secuestrados, pero…” Y esos “peros” son la negación de todos sus “sí”.

A los colombianos hay que empezar a exigirles compromisos concretos con medios y mecanismo: ¿o quieren la guerra o quieren la paz? o mejor formulado: ¿o buscan (inconcientemente) la guerra o buscan (conciente y activamente) la paz? ¿O trabajan para regresar a los secuestrados o siguen como van? Propuesta concretas, no más legitimaciones tacitas del camino que hasta ahora llevamos.,

1 comentario:

Mortgahna Pendulum dijo...

Esas marchas (a las que no asistí por cuestión de coherencia)están llenas de aquello que tú muy bien citas "el acuerdo sobre lo fundamental", de lo que hablaba Gómez Hurtado. Hubiera sido bueno saber sin embargo, qué era lo fundamental para todo aquel gentío que participó ese glorioso día de patria. Este es un país que difícilmente se moviliza en masa en contra o a favor de algo, aquel día sin embargo, no se puede desconocer que la gente se manifestó, por fin!! Pero, ahora, a la distancia, sirvió la quemada de suela y la chupada de sol de aquel día para lograr que las Farc liberaran los secuestrados o dejaran de secuestrar? Fue en realidad ese golpe de opinión tan crucial para doblegar a los subversivos? En mi opinión, las marchas no sirven para nada. Estoy de acuerdo contigo, sin un plan, un método, un proceso, para obtener lo que se quiere en cualquier campo, abrir la boca, llorar, patalear, sirven para lo que sirvió la marcha: mojar pantalla y nada de nada. Chévere tu reflexión.